Entonces entre un sentimiento de nostalgia y decepción cerré
los ojos, aquello era el fin. Siempre he oído que justo antes de morir,
recuerdas tu vida como si fuese un cortometraje, pero yo no vi nada, ni a mi
madre amamantándome, ni las peleas con mis hermanos, ni las presas que cacé, ni
las tardes tirado a la sombra… nada de nada, lo único que sentí era el temor
que la indefensión me producía y luego nada, oscuridad.
Cuando desperté estaba dentro de una caja en la que apenas
entraba un poco de luz, todo traqueteaba imposibilitando la desaparición de mi
mareo, todo me daba vueltas y finalmente sucumbí al agotamiento, cerré los
parpados a la espera de un nuevo suceso que aclarase el enrevesado acertijo en
el que me encontraba.
El siguiente despertar fue aun más desagradable, algún
cobarde con un pasamontañas empezó a aguijonearme todo el cuerpo, abrieron una
trampilla y una luz radiante cegó mis ojos. Intentaron que saliese hacia lo
desconocido, pero no pensaba ceder sin luchar, me retorcí, grité, mordí,
manoteé, intente destrozar el origen de los horribles pinchazos… nada tuvo éxito
y finalmente el insoportable dolor me obligó a abandonar mi lucha. Poco a poco
mi vista empezó a aclararse, estaba otra vez en una caja, esta era más grande
que la anterior, podía estirar las patas y dar cuatro pasos, había un cuenco
enorme con agua y uno de los laterales estaba abierto con unos barrotes que
impedían cualquier intento de fuga y por donde podía ver a la gente pasear
indiferente a la pesadilla que yo sufría.
Todos los días el mismo hombre con sombrero de copa me traía
comida, tardé casi un mes en comer, sabía que no estaba bien, que aceptar ese
suculento regalo era muy peligroso, pero cuando la debilidad pudo conmigo
devoré lo que me pusieron delante sin pensar en las consecuencias. Recordad
esto, nadie da nada a cambio de nada.
Recobré fuerzas y estaba bien alimentado, empecé a
relajarme, no había pasado nada desde que llegué, me habían privado de la
libertad pero acepté mi nueva condición y me acostumbré a la rutina. Obviamente
eso no duró, un día me trasladaron a una carpa redonda, tenía un círculo con
suelo de arena en la mitad, cercada por unos barrotes y rodeada por una grada
de asientos vacíos. Dentro del círculo, que fue donde me soltaron, había unas
escaleras y un aro sujeto en un poste, di un
par de vueltas para reconocer el terreno, encima de la escalera encontré
un trozo de carne. La ración de comida había menguado la última semana, así pues subí a comérmela
si desaprovechar la oportunidad, mientras estaba en ello el hombre con sombrero
de copa que me daba de comer diariamente entro con una bolsa de comida en una
mano y un látigo en la otra, echó comida delante del aro y se alejo, yo salté
por dentro del aro y comí mientras él volvía a colocar alimentos sobre la
escalera. Repetimos la acción consecutivamente hasta que me sacié mi hambre,
entonces me volvieron a llevar a mi habitáculo de rejas.
Diariamente entrenábamos lo mismo, subía, comía, saltaba,
comía, subía… un día el anillo estaba en llamas yo me encontraba comiendo,
cuando terminé tocaba saltar, pero de pequeño me enseñaron que debía evitar el
fuego a toda costa, me giré para bajar los escalones y justo en ese preciso
instante recibí mi primer azote desgarra pieles. Aquel hombre, que tan bien me
había tratado hasta el momento, me impedía bajar y no cesó de torturarme a
latigazos hasta que salté por dentro del aro. La comida fue desapareciendo, las
cicatrices en mi piel aparecían en la misma medida que aumentaba mi rabia. Cuando
hice todo sin resistirme me dijo que estaba preparado, dando por concluido el
entrenamiento.
La noche de mí actuación estaban todos los asientos llenos,
las personas gritaban y aplaudían excitados ante el gran espectáculo de tortura
y dominación que estaban apunto de ver. Yo estaba asustado en una esquina
contra los barrotes, nunca había tenido que enfrentarme a una situación
semejante. Sentí los latigazos que me estaba dando para que me moviera, sabia
que debía hacer pero no conseguía moverme. Un latigazo me hizo una herida en la
pata izquierda y al fin reaccioné, me subí encima de la escalera, di un gran
grito, el siguiente paso era saltar por dentro del anillo prendido en llamas.
De repente lo vi claro, el señor del sombrero de copa que tanto odiaba estaba
justo detrás, me giré, salté sobre él y le mordí el brazo donde sostenía el
látigo. Lo tenía atrapado en el suelo, su rica sangre en mi boca, podría
haberle desgarrado el cuello pero me alejé de él. La gente gritaba horrorizada,
entraron a socorrerle dejándose la puerta abierta. Mientras caminaba hacia allí
pensé: Todos a sus puestos, el circo va a comenzar.
Se me acumula el trabajo....
ResponderEliminarJajajajaja! Seguro que no era ese el comentario que esperabas...jajajaja!
ResponderEliminarPues a decir verdad son unos grandes comentarios cortos, divertidos ycon algo de la maldad q te caracteriza :D. (La verdad es q me he reido, pero no se lo cuetes a nerea...)
ResponderEliminarAla... se me ha borrado el comentario...
ResponderEliminarBueno, pues había comentado que mis comentarios no eran malvados... ¬¬
Y la hstoria muy a tu estilo, no diciendo claro al principio de que o quien hablas. El punto de vista del leon/tigre me gusta, espera el tiempo suficiente para que el humano se confie y ale, un sustito y se va de pase. Me cae bien lo que quiera que sea! jiji!