La sangre chorrea deslizándose por su garganta, tiñendo el
cuerpo desnudo de rojo. Siempre con las manos atadas por encima de la cabeza,
sujetas con un gancho al techo. De día se pone una máscara tras otra, para
vigilar, para atraer, como un camaleón esperando a que sus victimas se acerquen
y acabar con su mísera existencia.