La sangre chorrea deslizándose por su garganta, tiñendo el
cuerpo desnudo de rojo. Siempre con las manos atadas por encima de la cabeza,
sujetas con un gancho al techo. De día se pone una máscara tras otra, para
vigilar, para atraer, como un camaleón esperando a que sus victimas se acerquen
y acabar con su mísera existencia.
Suelo y paredes cubiertas de plástico transparente y la ropa previamente desgarrada, tapando las rendijas de la puerta. Cuando las lleva a la habitación, la sensación de angustia que sienten al darse cuanta de que algo no va bien. Siempre de noche, al resguardo de la oscuridad, mientras que el mundo duerme. La mordaza en la boca, bien sujeta con cinta por debajo de la nariz, para ahogar sus gritos, permitiéndoles respirar. Los pies sueltos, con los dedos rozando el suelo, haciéndoles creer que pueden luchar, que de alguna forma milagrosa conseguirán librarse del infierno que les espera. Primero un juego de dardos, para afinar la puntería, quedándose enganchados a la piel como las banderillas a los toros y después unos cortes mientras se agotan pataleando. A la hora de elegir nunca discrimina a nadie, hombres, mujeres, rubios, morenos, altos, bajos… una simple sonrisa, un gesto, la ropa elegida, cualquier cosa puede ser la clave de la selección. Esa mirada en sus caras, cuando se dan cuenta de que es el final, de que nunca han tenido ninguna posibilidad, todo el trabajo hecho por esa única mirada, que hace que la vida sea soportable. Un corte limpio en la yugular con el bisturí, con esa precisión que dan los años de práctica, la sangre salpicando, el sabor de las gotas en los labios. Las fotos, días después, en el tablón de desaparecidos de la comisaría. Volver a empezar la caza, mientras vigila las calles desde el coche patrulla.
Suelo y paredes cubiertas de plástico transparente y la ropa previamente desgarrada, tapando las rendijas de la puerta. Cuando las lleva a la habitación, la sensación de angustia que sienten al darse cuanta de que algo no va bien. Siempre de noche, al resguardo de la oscuridad, mientras que el mundo duerme. La mordaza en la boca, bien sujeta con cinta por debajo de la nariz, para ahogar sus gritos, permitiéndoles respirar. Los pies sueltos, con los dedos rozando el suelo, haciéndoles creer que pueden luchar, que de alguna forma milagrosa conseguirán librarse del infierno que les espera. Primero un juego de dardos, para afinar la puntería, quedándose enganchados a la piel como las banderillas a los toros y después unos cortes mientras se agotan pataleando. A la hora de elegir nunca discrimina a nadie, hombres, mujeres, rubios, morenos, altos, bajos… una simple sonrisa, un gesto, la ropa elegida, cualquier cosa puede ser la clave de la selección. Esa mirada en sus caras, cuando se dan cuenta de que es el final, de que nunca han tenido ninguna posibilidad, todo el trabajo hecho por esa única mirada, que hace que la vida sea soportable. Un corte limpio en la yugular con el bisturí, con esa precisión que dan los años de práctica, la sangre salpicando, el sabor de las gotas en los labios. Las fotos, días después, en el tablón de desaparecidos de la comisaría. Volver a empezar la caza, mientras vigila las calles desde el coche patrulla.
ais cuanto tiempo sin leer el blog y sin comentar!!!!
ResponderEliminarPero volver con esto no esta mal jaja!
Tiene lo justo de sangre...me ha gustado mucho a pesar de lo que se comento en carnavales.
Por cierto, se acaba marzo también!
Intentare leerlo más a menudo a partir de ahora :-P