Las lágrimas recorren su cara, mientras una sonrisa de alegría
liberada la ilumina . Las largas
horas en el hospital, esas incomodas camillas, aquellos cables en su brazo,
los años de escuela perdidos… por aquel momento todo había merecido la pena, la
lucha había merecido la pena.
Cuando los médicos le dieron la noticia no lo entendía, era muy pequeña para eso, a pesar de ello se dio cuenta de que algo malo le pasaba, la cara de sus padres lo decía todo. Los ruegos inútiles de vuelta a casa, bañados en lágrimas, que se repitieron durante más de un mes. La incapacidad de movimiento y malestar continuo que se daba durante las semanas siguientes al tratamiento y nunca desaparecía del todo. Sus padres nunca la dejaron rendirse, siempre intentado animarla, para que nunca dejase de luchar y sonreír. Aquellos horribles payasos de hospital que la trataban como una niña, que hacia tiempo que ya no era, el odio al verlos. La esperanza cuando después de dos años se sentía mejor, incluso tenía ganas de sonreír y los médicos le permitieron irse a casa. El enorme vacío que se creó en su corazón, al informarle de que había empeorado y debía volver a esa espantosa habitación gris. El sentimiento de vació y dolor, que lo invadía todo, como si estuviese muerta en vida. Una música, demasiado alegre para aquel lúgubre sitio, que venia del fondo del pasillo y que hizo que algo se moviese en su interior. El sentimiento de rabia, cuando ella entró por primera vez en su habitación, con su nariz roja y empezó a decir que era nueva, que le habían dicho que estaba triste y que odiaba a los payasos, y que cuando ella estaba triste le ayudaba escuchar música alegre. Un radiocaset y un CD por si quería probar la táctica, su madre dándole al play y desapareciendo a tomarse un café. La primera conversación con ella, sobre la música, sobre aquel grupo y otro CD y otro, los videoclips, el DVD con un concierto en directo, el sentimiento de que seguía viva, que poco a poco recuperó. La operación un año después, que le dejo sin un riñón, la impotencia, el darse cuenta de que aquello no tenía fin y que estaba demasiado cansada para seguir luchando, de que ya era hora de abandonar. Una promesa entre tinieblas “si luchas un poco más y te pones mejor, prometo llevarte a un concierto” con la música de fondo. La barrera de la primera fila en la que está apoyada, con su familia alrededor y aquella payasa de hospital, a la que tanto cariño le había cogido, a su lado. Las notas sonando una tras otra, formando aquellas canciones que se sabía de memoria. El sentimiento de certeza que acababa de invadir su corazón al darse cuenta de que era la ganadora y que su infierno particular estaba terminando.
Cuando los médicos le dieron la noticia no lo entendía, era muy pequeña para eso, a pesar de ello se dio cuenta de que algo malo le pasaba, la cara de sus padres lo decía todo. Los ruegos inútiles de vuelta a casa, bañados en lágrimas, que se repitieron durante más de un mes. La incapacidad de movimiento y malestar continuo que se daba durante las semanas siguientes al tratamiento y nunca desaparecía del todo. Sus padres nunca la dejaron rendirse, siempre intentado animarla, para que nunca dejase de luchar y sonreír. Aquellos horribles payasos de hospital que la trataban como una niña, que hacia tiempo que ya no era, el odio al verlos. La esperanza cuando después de dos años se sentía mejor, incluso tenía ganas de sonreír y los médicos le permitieron irse a casa. El enorme vacío que se creó en su corazón, al informarle de que había empeorado y debía volver a esa espantosa habitación gris. El sentimiento de vació y dolor, que lo invadía todo, como si estuviese muerta en vida. Una música, demasiado alegre para aquel lúgubre sitio, que venia del fondo del pasillo y que hizo que algo se moviese en su interior. El sentimiento de rabia, cuando ella entró por primera vez en su habitación, con su nariz roja y empezó a decir que era nueva, que le habían dicho que estaba triste y que odiaba a los payasos, y que cuando ella estaba triste le ayudaba escuchar música alegre. Un radiocaset y un CD por si quería probar la táctica, su madre dándole al play y desapareciendo a tomarse un café. La primera conversación con ella, sobre la música, sobre aquel grupo y otro CD y otro, los videoclips, el DVD con un concierto en directo, el sentimiento de que seguía viva, que poco a poco recuperó. La operación un año después, que le dejo sin un riñón, la impotencia, el darse cuenta de que aquello no tenía fin y que estaba demasiado cansada para seguir luchando, de que ya era hora de abandonar. Una promesa entre tinieblas “si luchas un poco más y te pones mejor, prometo llevarte a un concierto” con la música de fondo. La barrera de la primera fila en la que está apoyada, con su familia alrededor y aquella payasa de hospital, a la que tanto cariño le había cogido, a su lado. Las notas sonando una tras otra, formando aquellas canciones que se sabía de memoria. El sentimiento de certeza que acababa de invadir su corazón al darse cuenta de que era la ganadora y que su infierno particular estaba terminando.
leído! Pero necesito leerlo otra vez para comentarlo en condiciones
ResponderEliminarEso me pasa mucho con tus relatos, cuando los leo por primera vez tengo la sensación de que no he leído todo como es debido.
Es porque al estar mal escritas son dificiles de entender. Si los esntiendes ala segunda eres toda una afortunada.
ResponderEliminareso no es así, es porque juegas con el doble sentido y cuando llegando al final te das cuenta de que no era lo que estabas pensando y que has podido pasar cosas por alto que para lo que tu imaginabas no eran relevantes pero para la verdadera historia si
ResponderEliminarBueno, vale, de acuerdo. Y aparte de la difucultad de entenderlo ¿Cual es tu crítica constructiva de dicho relato?
EliminarTriste y a la vez alegre...supongo que solo con lo que se cuenta pueden ser más enfermedades, pero a mi me viene a la cabeza el cáncer. Y a mi el cáncer me da un miedo que no me da ninguna otra enfermedad. De todas formas, (igual solo me pasa a mi) pero es como que cambia de la incomprensión a la tristeza y luego a la alegría y otra vez a la tristeza y finalmente a la esperanza, como una montaña rusa y eso me gusta, te hace estar pendiente.
ResponderEliminarLa payasa me recuerda a ti, cuando leía esta segunda vez me ha venido a la cabeza tu cara jajaja! y yo sería igual de arisca que la niña...nunca he entendido lo de los payasos (sobre todo a partir de una edad).